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Una década de cambios

  • Foto del escritor: Daniela Lozano
    Daniela Lozano
  • 13 may 2024
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 3 jul 2024


El parque El Virrey, lejos de ser solo un lugar para trotar, hacer picnics o reunirse con amigos, es un tesoro natural escondido que desempeña un papel clave en la conectividad ecológica de Bogotá. Conozca la historia de Juan Caicedo y María Stella Sáchica, dos personas que trabajan desde hace diez años por mejorar la función ecológica de este corredor.


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Entre las calles 87 y 88, y desde la Autopista Norte hasta la carrera Séptima al norte de Bogotá está el parque lineal El Virrey. Un espacio verde con amplia biodiversidad y gran potencial ecológico que había pasado desapercibido hasta 2014. Año en el que el ecólogo norteamericano Juan Caicedo y la abogada María Stella Sáchica se convirtieron en vecinos del parque y comenzaron a explorar, y amplificar acciones y voces para darle el reconocimiento a este lugar.


Cuando Juan llegó a Colombia, y específicamente a esta zona de la capital del país se sorprendió al ver que había tan poca documentación sobre las plantas, los animales y los beneficios que este tipo de áreas verdes proporcionan a las ciudades. Juan venía de San Francisco, California en los Estados Unidos, una urbe en la que todos sus habitantes tienen acceso a guías de campo y llevan décadas de estudios e inventarios sobre especies presentes en las zonas, y que se están actualizando constantemente. 


Bogotá ha contado siempre con una observación y documentación rica en el tema de aves, y en ese momento sobre todo había mucho sobre la avifauna en los humedales y en los Cerros Orientales, pero poco sobre los parques y específicamente sobre El Virrey, aun cuando la ciudad siempre ha tenido una oferta relevante de academia e instituciones distritales con responsabilidades medioambientales”, afirma Caicedo recordando y explicando el escenario con el que se encontró él y María Stella, y el cual les llevó a interesarse mucho más en descubrir y mostrar el potencial del parque. 


El comienzo de la transformación


La curiosidad y el amor por la naturaleza marcaron el camino que Juan y María Stella empezaron a recorrer. Él con sus 180 centímetros de estatura y ella con sus 160 centímetros, con ropa de exploradores y sobre todo con el deseo genuino de saber qué se escondía detrás de esos casi mil árboles de los que ahora eran vecinos. “Cuando comenzamos, realmente, solo teníamos la intención de explorar, jamás pensamos que terminaríamos volcando nuestras vidas a la conservación urbana, a hacer ciencia ciudadana, a apoyar a la academia y a las instituciones en investigaciones, y menos a incidir en la toma de decisiones para mejorar las prácticas de manejo de este tipo de áreas urbanas”, dice María Stella.


Casi sin darse cuenta conformaron el Grupo Ecomunitario y empezaron a vincular a más personas que vivían en la zona. Como buenos investigadores ciudadanos siempre tenían preguntas alrededor de qué tipo de especies tenía el parque, ¿aves, murciélagos, mariposas, zarigüellas….? Así que cada salida, era una oportunidad para observar y tomar nota sobre aquello que estaban viendo, en ese 2014, contaron 23 especies de aves, su primer inventario, y la ventana para hablar sobre la importancia del área, y la conectividad que tiene con los Cerros Orientales. 


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A El Virrey lo atraviesa un cuerpo de agua que fue canalizado, se trata de el río Negro, al que comunmente se le conoce como el caño de El Virrey. Como todo canal de este tipo es la casa preferida de roedores como ratas y ratones, y el motivo de constantes llamados por parte de los y las vecinas a las autoridades ambientales y de sanidad para que se hicieran cargo del control de plagas, como técnicamente se le conoce a este procedimiento. Sin embargo, el remedio empezó a ser peor que la enfermedad, pues lo que Juan y María Stella descubrieron, en 2015, fue el uso de varios plaguicidas reconocidos internacionalmente por su alta toxicidad a especies no objeto de control. Es decir, empezaron a ver en sus monitoreos que no sólo se morían las ratas, sino que estos cebos tóxicos ponían en peligro a cualquier mamífero como zarigüeyas y hasta mascotas.  


“Nosotros no hicimos un estudio toxicológico, pero sí un trabajo arduo de revisión de literatura sobre los plaguicidas que estaba usando el distrito y allí encontramos como en muchos lugares del mundo ya habían sido prohibidos”, aclara María Stella, quien puso al servicio su conocimiento legal  y empezaron a gestionar derechos de petición y otros instrumentos jurídicos, que buscaban sobre todo, que las mismas entidades distritales establecieran mejores protocolos e investigaciones sobre los productos que estaban utilizando y las decisiones que estaban tomando. “Queríamos darle la vuelta, y que quienes tienen las responsabilidades las asumieran y tomaran las decisiones necesarias”, agregó. La respuesta fue positiva y gracias a esto comenzó un proyecto en el parque El Virrey de un nuevo esquema integral en el manejo de plagas que terminó extendiéndose a toda la ciudad.


Este fue, quizá, el detonante para ver la incidencia que se podía hacer desde la ciencia ciudadana, es decir, a partir de una investigación rigurosa elevar la voz a las autoridades competentes. Con esto en mente, el plan era continuar influyendo para mejorar prácticas ambientales, elevar el reconocimiento de la biodiversidad presente en áreas urbanas y que en general el manejo de zonas como los parques fuera tenido en cuenta la toma de decisiones de planificación de la ciudad, por ejemplo. “Es decir, ir más allá de solo generar información ecológica”, agrega Caicedo. 


La ciencia ciudadana tiene muchos propósitos y uno de ellos es incidir en las políticas públicas. Según Carolina Urrutia Vásquez, ex secretaria de ambiente de Bogotá “para realmente incidir tiene que haber confianza de los dos lados, en lo que propone la ciudadanía, en sus datos de monitoreo y en la buena fe de la autoridad y eso solo se logra mirándonos a los ojos y poniéndonos de acuerdo. Hay que darle la oportunidad a las autoridades y hay que darle la oportunidad a la ciudadanía”. 


Ha sido una década de acciones que se han basado en la observación, el desarrollo de inventarios, la gestión legal, el involucramiento de vecinos y la educación ambiental. Tal ha sido su impacto que el Instituto Humboldt los tomó como referencia en 2017, cuando empezaron a cuestionarse la manera en que la entidad estaba haciendo investigación. “El Instituto creó la línea de investigación de  diálogo de saberes y ciencia participativa. Cuando hicimos el reto naturalista, que es una competencia amistosa entre diferentes ciudades de todo el mundo para mostrar su biodiversidad a través de la plataforma iNaturalista, buscando conseguir el mayor número posible de observaciones de plantas, animales, hongos, entre otros, lo hicimos con Juan Caicedo”, afirmó Carolina Soto, líder de ciencia participativa en el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt. 


El logro ciudadano 


Las contribuciones de Juan y María Stella son incalculables, sobre todo para las y los vecinos en quienes han sembrado esa semilla de curiosidad y conservación por el parque. “Creo que nuestra labor educativa con los vecinos fue crucial. Muchos no comprendían por qué era necesario reemplazar un árbol de 15 años con uno más pequeño, y tenían la idea de ‘no me toquen un árbol’. Fue fundamental concienciar sobre la importancia de cada especie y la necesidad de un manejo adecuado del arbolado”, recuerda Juan.


Entre otros logros que Juan y María Stella han alcanzado a través del Grupo Ecomunitario está la guía de libélulas y caballitos del diablo. A María Stella la cautivaron estos insectos voladores, que comienzan su vida en el agua; pero, sobre todo el aporte que hacen al ambiente y a la salud humana. Pues, las libélulas y los caballitos del diablo son depredadores naturales de otros insectos como moscas, mosquitos y zancudos muchos de estos transmisores de enfermedades como el dengue, la malaria y la fiebre amarilla.Y así como esta, también publicaron una guía de mariposas y apoyaron la primera guía de murciélagos urbanos, entre otras, y se preparan para hacer su tercera publicación en un libro con el Instituto Humboldt.


Pero, sin duda, el logro de la década ha sido ampliar su trabajo de ciencia ciudadana al polígono ambiental del Gran Chicó. Trascender las fronteras geográficas, de lo que demarca el parque El Virrey y llegar a otras áreas como el Museo El Chicó, el humedal Chicú y el parque de la 93; son 3,25 kilómetros que enmarcan una gran aula ambiental, en la que profesores, estudiantes y vecinos se involucran cada vez más generando acciones e investigación.


Este resultado es especial, porque con el trabajo hecho han podido generar aportes más allá de los esquemas tradicionales de conservación urbana, y evidenciar que el polígono ambiental del Gran Chicó es un conector ecosistémico. Es decir, como un puente con otros cuatro puntos en Bogotá que se conectan y garantizan servicios ecosistémicos fundamentales para hacer frente a la crisis climática. Y, todo esto quedó establecido en el Plan de Ordenamiento Territorial de la capital del país. 


Así mismo, en 2023, su trabajo también se tradujo en 16 jardines biodiversos en el parque El Virrey. Se trata de un programa piloto de compensación por tala de árboles que está implementando la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB) y la Secretaría de Ambiente, pero con la participación del Grupo Ecomunitario, o sea, con Juan y María Stella. “Son jardineras con plantas seleccionadas y manejadas para la conservación de nuestra biodiversidad urbana, en especial polinizadores como las abejas, mariposas y otros insectos.  No se utilizan plaguicidas para su cuidado y en resúmen, hay plantas de diversos orígenes y flores de varios colores que proveen alimento y hogar para la fauna nativa del parque”, explicaron Juan y María Stella.


Son innegables los cambios que han logrado este ecólogo y esta abogada ambiental a través del Grupo Ecomunitario, por esto no paran.  Hace un año iniciaron un nuevo proyecto, con la Mesa de Grafiteros de Chapinero para pintar murales sobre la biodiversidad local: colibríes, zarigüeyas, copetones, ranas y serpientes sabaneras, entre otras especies que ahora hacen parte de las fachadas de los edificios del sector.


A la fecha, el polígono de El Gran Chicó ya cuenta con casi 30.000 registros y más de 1.000 personas se han sumado a la observación, identificación y organización de especies en iNaturalist, la app en la que Grupo Ecomunitario ha basado su ejercicio de ciencia ciudadana no solo para el monitoreo, sino también para la incidencia en políticas públicas de manejo ambiental. Algo que inició simplemente a través de chats de vecinos o grupos de Facebook, sigue generando un gran movimiento, interés e impactos en las políticas públicas, así como conocimiento consignado en listados, guías, artículos y capítulos de libros. Un cúmulo de trabajo que solo busca que las y los ciudadanos se apropien de su ciudad y de la riqueza natural con la que cohabitan; y de igual forma los tomadores de decisión tengan en cuenta la información, el conocimiento y la información a la hora de planear la ciudad. 



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